La claridad de los pasos en el pasadizo acabó por despertarlo. Se pone el albornoz, aparta las latas de cerveza vacías que tiene al pie del sofá y con el aliento ácido y la cara deshecha por el sueño interrumpido, se dirige al lugar de donde procede el ruido hasta que le ve de pie. El ente emite un grito, se acerca, le pone la cara al frente de la suya y con una mueca degenerada le chilla en la cara frases desordenadas en un idioma gutural repleto de gruñidos y gemidos que más que inquietarle acaban por hacerle reír. "Bu" le responde con sarcasmo, "a la próxima haz menos ruido que estoy durmiendo".
Vuelve al sofá, pero el desvelo provoca que sus párpados se nieguen a cerrarse y su mente, lúcida y ya despierta, comienza a pensar en el día de mañana: no tiene nada qué hacer cuando se levante ni con qué comprar la comida de mañana, hará frío, está solo y encima insomne oliendo a alcohol. De repente, al no escuchar más los pasos, se da cuenta de que tiene la piel erizada por un miedo profundo y silencioso. Le gustaría volver a verle.
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