domingo, 1 de mayo de 2016

acinético

Despertar se le ofrece como el acto de locura cotidiano más infame para poder seguir muriendo, la paradoja de tener que enfrentarse a las sábanas deshechas y al aliento ácido que recorre su paladar para ponerse en pie y repetir la misma rutina hasta volver al mismo sitio, cansado y aturdido, deseando que ojalá mañana sea un día mejor. Mientras se quita el yelmo y mira las manos agrietadas que lo mantienen, exhala un último suspiro antes de apagar la luz y notar como las sombras vuelven a susurrarle lo que han hecho mientras no estaba, le hablan de travesuras propias de niñas malcriadas y se ríen con una carcajada profunda que se le queda clavada en los parietales, te hemos estado imitando todo el día, y que le obliga a manotear en la oscuridad buscando el interruptor sin darse cuenta de que si no abre los ojos y vuelve a desvelarse no conseguirá hacer que se callen. 

(accéssit)

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