Despertar se le ofrece como el acto de locura
cotidiano más infame para poder seguir muriendo, la paradoja de tener que
enfrentarse a las sábanas deshechas y al aliento ácido que recorre su paladar
para ponerse en pie y repetir la misma rutina hasta volver al mismo sitio,
cansado y aturdido, deseando que ojalá
mañana sea un día mejor. Mientras se quita el yelmo y mira las manos
agrietadas que lo mantienen, exhala un último suspiro antes de apagar la luz y
notar como las sombras vuelven a susurrarle lo que han hecho mientras no
estaba, le hablan de travesuras propias de niñas malcriadas y se ríen con una
carcajada profunda que se le queda clavada en los parietales, te hemos estado imitando todo el día, y
que le obliga a manotear en la oscuridad buscando el interruptor sin darse
cuenta de que si no abre los ojos y vuelve a desvelarse no conseguirá hacer que
se callen.
(accéssit)
No hay comentarios:
Publicar un comentario