lunes, 9 de septiembre de 2013

Caigámonos hacia arriba para ver si nos desparramos sobre el techo.

Sigamos danzando en este baile de cincuenta pasos diferentes y riamos mientras aprendemos a hacerlos.
Mirar a ambos lados y ver siempre a dos 
durante cincuenta eclipses seguidos. 
Y que mil carros de Faetón pasen delante de las pupilas dilatadas, qué más dará. 
Si al final todo se queda medio borroso, y un simple susurro se lleva cualquier futuro por delante.
Jugar sin mañana o sin otra oportunidad.
(No tengas miedo del color transparente).
porque si no, nos quedaremos acariciándonos con los ojos cerrados y los párpados de oscuridad.
Será que nos gusta jugar con hielo y fuego, y quemarnos con ambos, 
yendo de extremo para sentir lo mismo una vez tras otra (la misma punzada).
Mantente envuelta en esa aura escarlata de prohibido, mejor no tocar, bonita. Porque no quiero volver a desgarrar lo que aún sigue roto y evitar que siga sintiendo, o quizás mejor dicho, desangrando(se). 
En chorros de sangre azulviolada. 
Quiere. Odia. 
Sigamos yendo de arriba a abajo
dejando atrás las botellas rotas y la destilación de sueños rotos.
 Porque a veces es mejor emborracharse de vodka barato o de presentes inmediatos, si al fin y al cabo, 
      
                         dejan la misma resaca. 
Invisibles. Tapémonos. Silencio. No hables.
Salgamos hasta tarde, comamos dulces en ayunas y escribamos fuera la línea. 
(A veces los márgenes es donde mejor se escribe, porque no hay hoja que perder y todo se hace más pequeño pero más precioso.)

Quiero ruletas rusas contigo que se queden con el último tiro
entre nuestros labios. Y quedarnos desarmados frente a frente sin querer creer que en esas miradas 
se siga escondiendo esa verdad que no se dice porque danza
en círculos pequeños y nunca se atrapa. 

Bailemos. 






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